En el Medellín de los años 70, la alimentación, tanto en el campo industrial como comercial, surgió como panacea económica de todas las clases sociales. Aparecieron miles de pequeños, medianos y grandes negocios donde se vendían almojábanas, pandequesos, tortas, pasteles, pollos, arepas, tacos, empanadas, pastas, pizzas, y otros.

Sin embargo, a sus 40 años de existencia, en el Salón de Té Astor se hacía fila para ocupar las mesas, y escoger entre más de setenta productos que ofrecía su carta de menú, como el jugo de mandarina, los moritos o el helado copa Gabriela, bautizado así por el nombre de una de las empleadas, costumbre en la repostería que cuenta con otros ejemplos, como las galletas Lucía.

Por su parte, don Alfredo Suwald se ocupaba de la buena marcha de la fábrica. Al final de los años 70, de acuerdo con sus sugerencias, se hicieron en la planta varias renovaciones importantes, como la compra de máquinas para hacer helado y un nuevo horno giratorio.